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EMMILA GITANA
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15 mars 2008

LAS DOS ORILLAS

Largo ayuno soplaste sobre mí
con tu respiración de tormenta.

Rallaste corteza del árbol de canela
y la añadiste a la poción mágica.

Fue bebida amarga que limpió corazón y entrañas.
Bebida hirviente,
sacudió en mí,
implacable como temblador.

Estremecido,
mi cuerpo quedó templado como un arco.

Entonces el canto de la selva se encabritó en mi.
Todo estalló dentro de mi cabeza,
los llamados de los animales,
la inquietud de las aguas,
el viento arañando las hojas
con su rumor de encantamiento.

Y luego me arropó un silencio
espeso y dulce
como miel salvaje.

Cuando me viste dispuesto
vertiste en una totuma :
agua del tormento
agua de los mil amores
agua del dulce lamento
agua del sueño de la creación eterna
agua de las nuevas constelaciones
agua de la vieja herida
agua del sueño aromado
agua de humo
agua de la esperanza que reverdece

y refrescaste mi sombra
con el resplandor de un manso río de estrellas.

Cantabas
un ensalme que me envolvía suavecito :
entraba y salía,
se me tejía en el oído
y no me quedó recuerdo de ese que yo era.

Con jugo de tabaco separé alma de cuerpo.

Me veía por muchos caminos.

Me volteaste por dentro y por fuera
para mostrarme el otro mundo
para lanzarme por el sendero afilado del sueño.

Quebrados mis sentidos
me confundí entre los elementos.

Yo era en muchos pedazos regado
mis pies
mi cabeza
mis manos
y así, cada miembro feliz y libre y solitario.

Y fui un revuelo de nubes
imitando las piruetas del gavilán,
y anduve espantando a la tempestad
con el trote juguetón del venado,
y nadé con la fuerza del caimán
alimentado, más que por la carne,
por el miedo reverencial de los hombres,
y al final fui destrozándome los caminos
con la furia del tigre.

Tú llamaste
para que volviera,
para que juntara de nuevo mis pedazos

Yo no quería volver.

Era tan sabroso
buscar a mi espíritu protector del otro lado del mundo
que tenía lástima de volver a llenar mi antiguo pellejo.

Pero sin quererlo regresé,
fue extraño volver a mi cuerpo,
prisionero en una casa ajena, me sentía.

Mis pies no me sostuvieron
parecía que de puro barro eran,
como los primeros hombres creados por Wanadi.

Como
culebra
me
arrastraba
perezoso.

Sentí un incendió en mi cabeza.
En la cueva de mi boca
la lengua sabía a carbón.
Mis piernas se quebraron
con chasquido de rama seca.
Mis manos desandaron el sendero
los dedos eran hormigas enloquecidas
que habían perdido su rumbo.

Caí dormido
con un sueño apretado y profundo.

Y al despertar
el espíritu de la niebla remendó mi cuerpo
y me levanté :
huesos y alma recompuestos.

Vencedor de mi primer viaje
en el mundo de las sombras.

1997 Diana Lichy

Traduction par Claude Couffon

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