Largo ayuno soplaste sobre mí con tu respiración de tormenta.
Rallaste corteza del árbol de canela y la añadiste a la poción mágica.
Fue bebida amarga que limpió corazón y entrañas. Bebida hirviente, sacudió en mí, implacable como temblador.
Estremecido, mi cuerpo quedó templado como un arco.
Entonces el canto de la selva se encabritó en mi. Todo estalló dentro de mi cabeza, los llamados de los animales, la inquietud de las aguas, el viento arañando las hojas con su rumor de encantamiento.
Y luego me arropó un silencio espeso y dulce como miel salvaje.
Cuando me viste dispuesto vertiste en una totuma : agua del tormento agua de los mil amores agua del dulce lamento agua del sueño de la creación eterna agua de las nuevas constelaciones agua de la vieja herida agua del sueño aromado agua de humo agua de la esperanza que reverdece
y refrescaste mi sombra con el resplandor de un manso río de estrellas.
Cantabas un ensalme que me envolvía suavecito : entraba y salía, se me tejía en el oído y no me quedó recuerdo de ese que yo era.
Con jugo de tabaco separé alma de cuerpo.
Me veía por muchos caminos.
Me volteaste por dentro y por fuera para mostrarme el otro mundo para lanzarme por el sendero afilado del sueño.
Quebrados mis sentidos me confundí entre los elementos.
Yo era en muchos pedazos regado mis pies mi cabeza mis manos y así, cada miembro feliz y libre y solitario.
Y fui un revuelo de nubes imitando las piruetas del gavilán, y anduve espantando a la tempestad con el trote juguetón del venado, y nadé con la fuerza del caimán alimentado, más que por la carne, por el miedo reverencial de los hombres, y al final fui destrozándome los caminos con la furia del tigre.
Tú llamaste para que volviera, para que juntara de nuevo mis pedazos
Yo no quería volver.
Era tan sabroso buscar a mi espíritu protector del otro lado del mundo que tenía lástima de volver a llenar mi antiguo pellejo.
Pero sin quererlo regresé, fue extraño volver a mi cuerpo, prisionero en una casa ajena, me sentía.
Mis pies no me sostuvieron parecía que de puro barro eran, como los primeros hombres creados por Wanadi.
Como culebra me arrastraba perezoso.
Sentí un incendió en mi cabeza. En la cueva de mi boca la lengua sabía a carbón. Mis piernas se quebraron con chasquido de rama seca. Mis manos desandaron el sendero los dedos eran hormigas enloquecidas que habían perdido su rumbo.
Caí dormido con un sueño apretado y profundo.
Y al despertar el espíritu de la niebla remendó mi cuerpo y me levanté : huesos y alma recompuestos.
Vencedor de mi primer viaje en el mundo de las sombras.
1997 Diana Lichy
Traduction par Claude Couffon
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