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EMMILA GITANA
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29 mars 2008

ZOE VALDES

"Querido poeta,
Voy a invitarte a un sueño peregrino,
viajaremos juntos a la Itaca de mi infancia
–cito a Constantino Kavafis-.
El periplo durará un verano o una noche,
o mejor, una noche de verano.
Navegaremos bajo el delirio del firmamento,
escoltados por estrellas vagabundas,
relámpagos, truenos y rayos,
hacia Aquella Isla que tú y yo redescubriremos
en libertad,
como en un bolero que sólo es bolero si es cursi.
Sí, imaginemos que Cuba es libre
y que yo te invito a pasar una noche inolvidable
en un paraíso flotante en medio del Caribe.
El barco zarpará del puerto de Cádiz en la madrugada,
cuando aún reine la luna,
y desembarcaremos en la bahía habanera hacia el atardecer,
justo cuando el mismo astro empiece a tontear con el sol.
El viaje prenderá en nuestras pupilas el tiempo de un parpadeo.
Nos darán la bienvenida el canto de las aves al occidente
y el verdor de las montañas hacia el oriente,
y una cordillera de palmas altísimas,
desearán acariciar con sus penachos a los rayos rojizos
que aún bailan el Malecón.
Un bote nos conducirá hacia la orilla,
tomaré tu mano y la hundiré en las profundidades del agua.
No te asombrarás de la tibieza del oleaje,
porque tú ya conoces ese mar,
y lo amas tanto como yo,
sonreiremos dichosos y callados,
cómplices de tanta nostalgia.
Una manada de delfines se acercará a jugar
con el rielar de los remos en el océano,
erguidos con sus resplandecientes cabezas
entregarán un mensaje de paz en su indescifrable,
y rítmico lenguaje.
Tocaremos tierra cubana con los pies desnudos,
y yo me echaré a llorar de tanta ausencia abrigada,
años y años de sufrir con el pecho engurruñaíto.
Correremos hacia los amigos,
y nos enterraremos en sus besos,
largo tiempo,
todo el tiempo que persistió el olvido del exilio,
que no es más que la memoria cobijada
al calor de la ternura.
Avanzaremos en dirección
de la brisa del parque de Los Enamorados,
allí nos abrazaremos a los árboles,
y poco más lejos, en el Templete
besaremos las raíces dulzonas de la ceiba.
Internados en el corazón de La Habana Vieja,
guiados por el repiquetear de tambores,
aprenderás a bailar un guaguancó
arañado en viejas latas de querosén,
en el patio de Domitila, allá en un antiguo palacio señorial.
Yo montaré el espíritu de Caruca,
la novia que danzaba coronada en canisteles,
perfumada a la guayaba,
embriagada de puro aguardiente,
con la falda arremangada cuqueando a los bongoseros,
y tú tararearás bajito un danzón o una guaracha.
Los cañaverales vibrarán alborotados.
Domitila descorchará la botella de ron
y nos bendecirá,
regados los cuerpos con el almibarado
y susurrante líquido,
mientras clamará a los cuatro vientos
para que Yalodde abra las puertas del templo del cariño.
Las abejas y los zunzunes revolotean en una rueda
y libarán en las orquídeas y los girasoles
que nacerán en los cabellos de la negra sandunguera.
Poeta, tus ojos brillarán gozadores,
admirados de tanta gracia,
porque delante de ti
las muchachas se pondrán a guarapachear
y los jóvenes agitarán pañuelos dorados
alrededor de sus cinturas de avispa.
De súbito, se armará una conga
de un lado a otro de la isla,
tú y yo encabezaremos la comparsa
junto a Pirindingo y Paluchero, Vidalina y Amapola
y arrollaremos detrás de las maracas y de los tambores
hasta que caigamos muertos de la risa,
sudados, revolcándonos
en la hierba mullida y fresca del Parque Central.
Y luego, más calmados,
descansarás la cabeza en mi vestido,
y te arrullaré con nanas,
canciones de negritos que se niegan a dormir temprano.
Los guateques en los solares no cesarán,
los patios rebosantes de tinajas y helechos
no pararán los fetecunes
donde la alegría querrá borrar el tenebroso pasado,
porque como decía la Reina de Cuba, Celia Cruz:
“No hay que llorar, que la vida es un carnaval,
y las penas se van cantando”.
Ay, poeta,
yo sé que no vas a olvidar nunca esa noche
en que yo por fin pueda estrenarme en la libertad
y consiga compartirla contigo.
Porque yo te debo el hallarle sentido a la vida,
Desde antes, en el invierno parisino,
en mi destierro,
tú llenaste mis noches de amor y de recuerdos,
cuando me disponía escribir,
saboreando tu alma al aire
y renaciéndome en el estribillo de tu corazón partío.
Recitaremos a los poetas que tú amas,
y a los míos,
y nadie podrá postergar la resurrección de esos padres.
Te conduciré a la casa donde nací,
en la calle Muralla, 160, entre Cuba y San Ignacio,
y no podré mostrarte nada,
porque el solar donde yo vivía se derrumbó.
Te contaré que,
justo al lado existía una imprenta,
y que me encantaba jugar con los plomos del linotipista,
donde podía leer trozos de libros al revés.
Nos acurrucaremos en el pórtico de la iglesia de La Merced,
y te daré a morder trocitos de azúcar,
como me daba mi abuela,
para que no perdiera la vitalidad y el impulso,
y para que no me llenara de amargura.
Recorreremos las calles de mis primeras andanzas amorosas,
con aquel blanconazo jabao que hacía pesas
en una azotea de la calle Inquisidor,
ah, el sabor salado de sus chupones en mis labios.
Bajaremos hacia el mar, por la calle Muralla,
nos detendremos en el Parque de Los Mosquitos,
pero antes te mostraré el sitio donde vivió Humboldt.
Estarás asombrado de que te pasee por tantos parques,
pero es que soy muy parquera,
me fascina sentarme a conversar en un banco,
o sencillamente a leer un libro,
o a escuchar música en una walk-man.
Entretanto, la gente continuará meneándose alrededor,
prodigándonos de piropos generosos y de miradas eroticonas.
Y te advertiré, mira, poeta, observa cómo camina la cubana,
con ese vaivén cadencioso que pareciera que pregona:
“ni pa ti, ni pa mí, ni pa todos los que están aquí”...
Otra vez, frente al mar,
más oliéndola que observándola,
te pediré que me cuentes tus impresiones,
¿qué te ha parecido esta noche?
¿De veras habré conseguido que sea inolvidable?
Entonces, porque tú eres un caballero,
y por encima de todo un poeta,
buscarás mis ojos
y entonarás con voz de jilguero
una palabra premonitoria: “Labana... Labana...”
Esa extraña palabra, así,
dicha tan solitaria,
será un adagio de ida y vuelta."

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ZOE  VALDES

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