TIEMPO DEL ARBOL
No era el árbol.
Pero la brisa, sí, y el ave
y la plegaria del ave;
y la doctrina del fruto
y el ritual de las mariposas
amarillas.
No era el árbol.
Pero el campanario, sí, de las corolas
y la tierra para el descenso de las flores
y la raíz de las lluvias
y el motivo de las sombras
y el brazo verde en la llovizna.
No era el árbol.
Pero la nube, sí, y el viento
y la voz, el cuerpo y el alma del viento
y los miembros para el ansia del agua
y las entrañas para el deseo del sol
y el camino de alas transparentes.
No era el árbol.
Pero la luna, sí, y las aristas
multiformes de su luz metálica
y la vida en la carne de la fruta
y el instante de las manos
y el sosiego de alguna nostalgia.
No era el árbol.
Pero la tempestad, sí, y el tiempo
y el alba y el crepúsculo
y el hacedor del paisaje
y lo visible de las cosas terrestres
que antes fueron para ser él.
No era el árbol.
Pero la exaltación, sí, de lo pequeño
y el prodigio de la hierba a sus pies
y las puertas de la aurora adamascada
y el fin de la oscuridad;
y tal vez la intimidad de la estrella rosada.
No era el árbol.
Pero el hecho, sí, entre tantos hechos
y la atracción de los recuerdos
y el otoño, el invierno y el estío
y el cáliz de la serenidad
y los inquietos intersticios del cielo.
No era el árbol.
Pero la leyenda, sí, para evocar
la memoria de otros árboles
y de lo que no está en ellos
y tampoco en nosotros
y ha de caer en tiempo inmemorial.
La leyenda del árbol.
No es el árbol.
Nada más.
Es el tiempo inmemorial.
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MARIA LUISA ARTECONA DE THOMSON
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Oeuvre Anna Horvath