
Todo era vuelo en nuestra tierra.
Como gotas de sangre y plumas
los cardenales desangraban
el amanecer de Anáhuac.
El tucán era una adorable
caja de frutas barnizadas, el colibrí guardó las chispas
originales del relámpago y sus minúsculas hogueras
ardían en el aire inmóvil.
Los ilustres loros llenaban
la profundidad del follaje como lingotes de oro verde
recién salidos de la pasta
de los pantanos sumergidos y de sus ojos circulares
miraban una argolla amarilla,
vieja como los minerales.
Todas las águilas del cielo
...
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