
Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito de niña, ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios serán favor tan misterioso como mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis brazos. Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño, quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige, me darás esa orilla de tu vida que tu misma no tienes. Arrojado a quietud, divisaré esa playa última de tu ser y te veré, por vez primera, quizá, como...
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